Hoy miramos al pasado para recordar
En 1540, Gonzalo Pizarro llegó a Quito como gobernador y fue encargado por Francisco Pizarro de organizar una expedición hacia el este, en busca del País de la Canela. Orellana supo de la expedición que organizaba Pizarro y se unió a ella. En Quito, Pizarro juntó una fuerza de 220 españoles y 4.000 indios, mientras que Orellana, segundo al mando, fue enviado a Guayaquil para alistar más tropas y conseguir caballos. Pizarro y Orellana en un velero siguieron los cursos de los ríos Coca y Napo hasta la confluencia de éste con el Aguarico y el Curaray, donde se encontraron faltos de provisiones. Habían perdido 140 de los 220 españoles y 3.000 de los 4.000 indios que componían la expedición. Al cabo de siete meses y un viaje de 4800 kilómetros, en los que navegó río abajo por el río Napo, el Trinidad (¿río Jurua?), el río Negro (bautizado por Orellana) y el Amazonas, llegó a su desembocadura y desde allí se dirigió costeando a Nueva Cádiz en Cubagua (actual Venezuela). Fue en este viaje en el que el Amazonas adquirió su nombre actual. La expedición fue atacada por feroces mujeres guerreras, similares a las amazonas de la mitología griega, que recibieron ese nombres (de a mastos) porque se extirpaban una mama para facilitar el uso del arco; pero es posible que simplemente lucharan contra guerreros indígenas de pelo largo.El gran río Amazonas, perla de la naturaleza americana, tiene delfines en sus aguas y lleva al mar 80.000 metros cúbicos de agua dulce por segundo, cuatro veces más que el Paraná. Posiblemente vio crecer junto a sus orillas civilizaciones muy desarrolladas, de la que quedan algunos vestigios, luego tragadas por la imponente selva tropical, un sistema ecológico muy complejo y de delicado equilibrio.La llegada de la civilización europea a la zona fue el inicio de una nueva era, que está llegando ahora a un momento en que toda la enorme cuenca del río está siendo devastada por incendios que procuran liberar tierras para la agricultura.Las tierras tropicales no son muy fértiles, pero la selva que se cría en ellas, que tardó millones de años en constituirse y es el pulmón del planeta, su fábrica de oxígeno, corre riesgo de desaparecer con consecuencias incalculables.Los incendios provocados en la selva emiten al año 150 millones de toneladas de anhídrido carbónico. Ganaderos y agricultores siguen quemando grandes áreas arboladas para ganar nuevos terrenos.La Amazonía, el pulmón natural que antes reciclaba la atmósfera terrestre, se está convirtiendo en una gigantesca fuente de contaminación. Carlos Alberto Gurge, jefe de un equipo de investigadores de la Universidad de Brasilia, afirma que los incendios de la selva, provocados con el fin de conquistar nuevos espacios para la cría de ganado y el cultivo de soja, han elevado casi el dos por ciento -de 7.900 millones de toneladas a 8.050 millones de toneladas anuales- la emisión mundial de dióxido de carbono, principal causante del efecto invernadero.El 70 por ciento de la selva amazónica, que ocupa una superficie de 7,5 millones de kilómetros cuadrados, se encuentra en Brasil, precisamente el más grande exportador de carne vacuna y de aceite y granos de soja del mundo.La creciente demanda europea de carne procedente de una región libre del famoso mal de las vacas locas y la apertura del insaciable mercado chino a las importaciones de cereales multiplican los peligros que se ciernen sobre uno de los últimos paraísos naturales del planeta y sobre los 75 grupos étnicos que lo habitan.«Es lamentable que tras invertir tantos recursos en la preservación del ecosistema tropical y con una actividad industrial que no llega a la décima parte de la que se desarrolla en los países más ricos, Brasil esté liberando a la atmósfera 550 millones de toneladas de anhídrido carbónico por año, lo que lo sitúa entre los 10 países que más contribuyen al calentamiento del planeta», declaró Gurge.El bioquímico es uno de los 800 científicos de 12 países que participaron en el experimento a gran escala de biosfera-atmósferaSe calcula que entre 2001 y 2002 una superficie de 25.500 kilómetros cuadrados de selva desapareció a causa de la tala o de los incendios provocados por el hombre. En 2003, las sierras mecánicas, el fuego y, más que nada, la fiebre cerealística y ganadera consumieron otros 14.754 kilómetros cuadrados.
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