
Eylau fue la primera prueba seria para la Grande Armée, la cual había demolido literalmente en las dos campañas anteriores los ejércitos de las grandes potencias europeas en la Batalla de Austerlitz (Austria, diciembre de 1805) y en la Batalla de Jena-Auerstädt (Prusia, octubre de 1806).
Con el ejército prusiano reducido a un puñado de fugitivos tras Jena y Auerstädt, Napoleón ocupó las mayores ciudades alemanas y marchó hacia el este en persecución de las restantes fuerzas que aún se le oponían: los rusos bajo el mando del frágil mariscal de 75 años Mikhail Kamensky. Kamenski no era partidario de presentar batalla y se fue retirando, dejando entrar al ejército francés en Polonia sin casi resistencia. Tras una serie de poco concluyentes encuentros, las tropas de Napoleón se establecieron en cuarteles de invierno en Polonia para recuperarse tras una victoriosa pero agotadora campaña.
En enero de 1807, las fuerzas rusas ahora bajo el mando del General Benigssen, trataron de sorprender al primer cuerpo del ejército francés comandado por el Mariscal Bernadotte. Con su ingenio acostumbrado, Napoleón volvió la situación en su propia ventaja, ordenando a Bernadotte retirarse ante las fuerzas de Benigssen, y maniobrando en secreto con el grueso del ejército para cortar la retirada rusa. Los planes franceses cayeron en manos rusas, aunque finalmente Benigssen sólo pudo retirarse de nuevo evitando la trampa.
A principios de febrero, los dos ejércitos se encontraban de nuevo próximos, y los rusos se desplazaron a la bahía cercana a Eyla. Durante la persecución, tal vez influenciado por el endemoniado estado de las carreteras polacas, el salvaje clima invernal y la relativa facilidad con la que sus fuerzas habían acabado con Prusia, Napoleón permitió a su ejército una mayor dispersión de la acostumbrada. En contraste, las tropas de Benigssen se encontraban mucho más concentradas.
En enero de 1807, las fuerzas rusas ahora bajo el mando del General Benigssen, trataron de sorprender al primer cuerpo del ejército francés comandado por el Mariscal Bernadotte. Con su ingenio acostumbrado, Napoleón volvió la situación en su propia ventaja, ordenando a Bernadotte retirarse ante las fuerzas de Benigssen, y maniobrando en secreto con el grueso del ejército para cortar la retirada rusa. Los planes franceses cayeron en manos rusas, aunque finalmente Benigssen sólo pudo retirarse de nuevo evitando la trampa.
A principios de febrero, los dos ejércitos se encontraban de nuevo próximos, y los rusos se desplazaron a la bahía cercana a Eyla. Durante la persecución, tal vez influenciado por el endemoniado estado de las carreteras polacas, el salvaje clima invernal y la relativa facilidad con la que sus fuerzas habían acabado con Prusia, Napoleón permitió a su ejército una mayor dispersión de la acostumbrada. En contraste, las tropas de Benigssen se encontraban mucho más concentradas.
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