Periodo de los cien días.

El periodo conocido como los Cien Días (en francés Cent-Jours), o Campaña de Waterloo, comprende desde el 20 de marzo de 1815, fecha del regreso de Napoleón a París desde su exilio en Elba, hasta el 28 de junio de 1815, fecha de la segunda restauración de Luis XVIII como rey de Francia. Este periodo pone fin a las llamadas Guerras Napoleónicas, así como al imperio francés de Napoleón Bonaparte.
La expresión Cien Días fue usada por primera vez por el prefecto de París, Conde de Chabrol, en su discurso de bienvenida al rey, y se usa también para referirse a la guerra de la Séptima Coalición. Este periodo conoció el último de los conflictos del largo periodo napoleónico, y tanto el Reino Unido como Rusia, Prusia, Suecia, Austria y algunos estados alemanes declararon en el Congreso de Viena al Emperador francés fuera de la ley y no lo reconocieron como líder de la nación francesa, aliándose en su contra.
El regreso de Elba

Napoleón había permanecido durante once meses en un intranquilo retiro en Elba entre 1814 y 1815, observando con mucho interés el trascurso de los acontecimientos en Francia. Tal como él había previsto, la contracción del antiguo gran Imperio a sólo el reino de la vieja Francia provocó un gran malestar, un sentimiento alimentado además por las historias sobre la falta de tacto con que la monarquía borbónica trataba a los veteranos de la Grande Armée. La situación en Europa no era menos peligrosa; las demandas del Zar Alejandro I eran tan desorbitadas que las potencias en el Congreso de Viena se hallaban al borde de una guerra entre ellas. Toda esta situación conducía a Napoleón a una renovada actividad. El retorno de los prisioneros franceses desde Rusia, Alemania, Gran Bretaña y España podría proporcionarle un ejército mucho mayor que aquel que se había ganado renombre en 1814. La amenaza que aún suponía Napoleón había llevado a los monárquicos en París y a los plenipotenciarios en Viena a discutir la conveniencia de deportarle a las Azores, y algunos iban aún más lejos, proponiendo su asesinato.
Napoleón, sin embargo, resolvió el problema en su forma característica. El 26 de febrero de 1815, aprovechando el descuido de la guardia francesa y británica, embarcó en Portoferraio con unos 600 hombres, y desembarcó el 1 de marzo cerca de Antibes. Excepto en la Provenza (que siempre fue proclive a la monarquía borbónica), recibió en todas partes una bienvenida que atestiguaba el poder de atracción de su personalidad en contraste con la nulidad de la del Borbón. Sin disparar un solo tiro en su defensa, su pequeña tropa fue creciendo hasta convertirse en un ejército. Ney, quien había dicho de Napoleón que debía ser llevado a París en una jaula de hierro, se unió a él con 6.000 hombres el 14 de marzo. Cinco días más tarde, el Emperador entraba en la capital, de donde Luis XVIII acababa de huir apresuradamente.
El retorno del Emperador
Una vieja anécdota sirve como ejemplo ilustrativo del carisma y la personalidad de Napoleón: Su ejército se enfrentaba a las tropas enviadas por el rey para detenerle; los hombres de cada bando formaban en líneas y se preparaban para disparar. Antes de iniciarse el fuego, Napoleón caminó hacia el centro de ambas fuerzas, encarando a los hombres del rey y abriendo su pechera mientras decía: «¡Si alguno de vosotros es capaz de dispararle a su emperador, hacedlo ahora!» Poco más tarde, todos los hombres se unían a su causa.
También es conocida la que refiere las pintadas aparecidas en París, que decían: «Ya tengo suficientes hombres Luis, no me envíes más. Firmado Napoleón», que expresaba el sentir en la capital desde antes de la llegada del Emperador.
Napoleón no se dejó engañar por el entusiasmo que despertaba en las provincias y en París. Sabía que sólo el ansia de cambio y el desprecio hacia el viejo rey y sus codiciosos cortesanos le habían conducido a esta victoria incruenta. Instintivamente sabía que ahora debía vérselas con una nueva Francia que no toleraría el despotismo. En su camino hacia París se había prodigado en promesas de reforma y de un gobierno constitucional. Para poder llevar a cabo estas promesas, primero debía terminar con el miedo que provocaba en las grandes potencias.
Waterloo: la batalla que decidió el futuro de Europa
El inicio de la batalla de Waterloo, el 18 de junio, se demoró durante bastantes horas mientras Napoleón esperaba a que el suelo del campo de batalla se secara de la lluvia de la noche anterior. A últimas horas de la tarde, el ejército francés no había conseguido expulsar a las fuerzas aliadas de Wellington de la colina donde se habían hecho fuertes. Una vez que los prusianos llegaron, atacando el flanco derecho francés en número cada vez mayor, el punto clave de la estrategia de Napoleón de dividir a los ejércitos enemigos había fallado, y su ejército era empujado de sus posiciones por el avance combinado de los aliados. A la mañana siguiente, la batalla de Wavre terminó con una victoria francesa que ya no servía para nada. El ala de Grouchy del ejército del norte se retiraba en orden, y otros elementos del ejército francés se encontraban en condiciones de unirse a él. Sin embargo, el ejército ya no tenía la fuerza necesaria para resistir a las fuerzas aliadas combinadas, por lo que se retiraron hacia París.


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