En Japón es lanzada en Nagashaki la segunda bomba atómica, tres días después de Hiroshima, hechos que dan fin a la Segunda guerra Mundial.
El 9 de agosto de 1945, los estadounidenses lanzan una segunda bomba atómica, esta vez sobre Nagasaki, el puerto abierto más antiguo del Japón. A pesar de tener mayor fuerza explosiva (20kt de TNT frente a los 14kt de Hiroshima), esta segunda bomba causa menos daños, dado que la mitad de los edificios están protegidos por colinas. Se estima que en este bombardeo causa unos 39,000 muertos, y aproximadamente el mismo número de heridos.
Tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, los síntomas de la radiación se ponen de manifiesto por primera vez con toda su claridad. Cuando esta enfermedad afecta a toda la población, no es posible llevar a cabo una terapia directa. Los trastornos a largo plazo son terribles, como lo demuestra la alta tasa de leucemia que aumenta espectacularmente.
Efectos del bombardeo
La enorme cantidad de energía que se libera durante la explosión en un espacio muy reducido, da lugar a una mortífera onda expansiva y de calor que lo destruye todo a su paso. Esta onda puede provocar a su paso incendios de hasta 3 kilómetros y emite dosis mortales de radiación en un kilómetro a la redonda.
En 1947 se creó una institución oficial para investigar las consecuencias médicas y biológicas de la radiactividad sobre las personas, de hecho, 54 años después siguen apareciendo casos de leucemia, y de opacidad del cristalino. Hasta el momento no se ha podido observar mutaciones genéticas (dominantes), pero sí el incremento de genes mutantes sucesivos.
Bombas de Hiroshima y Nagasaki no dieron fin a la guerra
Entre los historiadores occidentales, particularmente los estadounidenses, está difundida la opinión de que “las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial”.
Sin negar el importante efecto psicológico que tuvieron los bombardeos atómicos, no se puede aceptar al propio tiempo que precisamente ello haya determinado el desenlace de la guerra.
Los hechos prueban que el bombardeo atómico no hizo capitular al Japón. El Gobierno y los altos mandos nipones ocultaron del pueblo la noticia del empleo de la nueva arma, por los estadounidenses y siguieron preparando la batalla decisiva en su territorio.
Ya después de reducida a cenizas Hiroshima por el fuego atómico, los militares japoneses siguieron afirmando que el Ejército y la Marina de Guerra imperiales, eran capaces de seguir combatiendo y, de infligir un serio daño al adversario.
Según cálculos de los Estados Mayores norteamericanos, para garantizar la cobertura de los desembarcos en islas niponas hacía falta arrojar nueve bombas atómicas. Pero según se supo más tarde, después de destruidas Hiroshima y Nagasaki, EU no tenía más bombas atómicas disponibles y su fabricación llevaría mucho tiempo.
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