
La Corporación está constituida por veinticuatro académicos titulares.
Desde 1984 se otorga anualmente el Premio Academia Argentina de Letras, medalla y diploma, a los egresados de las distintas universidades de nuestro país que hayan obtenido el mayor promedio en la carrera de Letras.
En el año 1994 se instituyó el Premio Literario Academia Argentina de Letras que se entrega en forma anual y alternativamente a obras de poesía, narrativa y ensayo. El Premio consiste en medalla y diploma. Es otorgado por el Cuerpo, asesorado por una comisión que integran académicos de número y correspondientes. Se entregó por primera vez en el año 1995, en el género poesía.
Los antecedentes más remotos de la lexicografía en la zona del río de la Plata se remontan a un reducido pero riguroso Léxico rioplatense compilado en 1845 por Francisco Javier Muñiz (1845) y otro de 1860 elaborado por Juan María Gutiérrez para el francés Martín de Moussy.
El 9 de julio de 1873 un grupo de intelectuales argentinos, especialmente porteños, fundó en Buenos Aires la Academia Argentina de Ciencias y Letras. Presidida por el poeta Martín Coronado, la Academia no tenía como tarea exclusiva el estudio de la lengua; se dedicaba, antes bien, a diversas ramas del saber —desde el derecho y la ciencia hasta la plástica, la literatura y la historia— en su implicación en la cultura nacional. Intentó, eso sí, la compilación de un Diccionario del Lenguaje Argentino, tarea para la cual se recogieron varios miles de vocablos y locuciones. Sin embargo, a la disolución de la Academia en 1879 el proyecto quedó inconcluso.
De este trabajo, que incluía estudios llevados a cabo por especialistas acerca de los argots profesionales e investigaciones sobre los localismos del interior del país, sólo se conserva una docena de vocablos publicados en el efímero órgano de la Academia, El Plata Literario. El mismo periódico dio a conocer en 1876 una Colección de voces americanas, obra de Carlos Manuel de Trelles, con unas 300 voces, que se había incorporado al proyecto.
Sin embargo, la iniciativa daría frutos al menos en cuanto a establecer la necesidad de una entidad dedicada al estudio del idioma local. Cuando, en la década de 1880, bajo el programa de creación de Academias corresponsales gestado por la Real Academia Española de la Lengua, se cursaron invitaciones a varios destacados intelectuales argentinos para conformarla —entre ellos Ángel Justiniano Carranza, Luis Domínguez, Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre, Pastor Obligado, Carlos María Ocantos, Ernesto Quesada, Vicente Quesada y Carlos Guido Spano— otros —como Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez y Juan Antonio Argerich— dudaban de la conveniencia de acogerse al proyecto español, sospechando de un intento de restauración cultural de la península.
Argerich argumentó que constituiría «una sucursal, vasalla del imperialismo español», y contrapropuso la creación de «una Academia argentina de la lengua castellana» que generase su propio diccionario. Obligado, por el contrario, argumentó públicamente a favor del establecimiento de una academia correspondiente.
En 1903 Estanislao Zeballos, en el estudio preliminar que escribió para las Notas al castellano en la Argentina de Ricardo Monner Sans, propuso sin éxito a los entonces corresponsales de la RAE —Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Vicente G. Quesada, Carlos Guido Spano, Rafael Obligado, Calixto Oyuela, Ernesto Quesada y él mismo— conformar una sección argentina de la Academia. No fue hasta siete años más tarde, y mediante las gestiones del marqués de Gerona, Eugenio Sellés, llegado a la Argentina como parte de la comitiva que acompañó a la infanta Isabel María Francisca de Borbón a las festividades del centenario de la nación, que estos mismos fundarían la primera Academia Argentina de la Lengua. De los dieciocho académicos de la que ésta constaría, Vicente Quesada y Calixto Oyuela fueron elegidos respectivamente presidente y secretario con carácter vitalicio.
El plan de actividades que Obligado pergeñó para esta constaba no sólo de la tarea de corregir y ampliar el léxico local contenido en el diccionario de la Academia española, sino también convenir con las restantes academias latinoamericanas la coordinación de un registro de las locuciones locales para la confección de un vocabulario hispanoamericano separado. Con ello buscaba evitar dudas acerca del celo nacionalista y purista de los peninsulares, que ya había ocasionado roces con otras academias corresponsales. El diccionario de americanismos estaría abierto a su empleo por la RAE, pero constituiría en principio un emprendimiento separado.
Al programa, ampliado a instancias de Zeballos, se sumaron los nuevos miembros de la Academia, Samuel Lafone Quevedo, Osvaldo Magnasco, José Matienzo, José María Ramos Mejía y Enrique Rivarola. Sin embargo, la falta de apoyo político y los recelos mutuos con la RAE llevarían a la pronta disolución del organismo, que no alcanzó a publicar sus investigaciones.
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